martes, diciembre 29, 2009

la conspiración escarlata







"Gordon tomó la ganzúa y con un solo movimiento abrió la caja de forma torpe y brutal. Una nube de polvillo de aserrín se formó sobre nuestras cabezas, pero se desvaneció rápido dejando un halo blanco en el piso. Retiré la tapa y pude ver finalmente lo que contenía: conejitos de peluche, decenas de ellos, envueltos en bolsas de plástico. El gesto socarrón del agente Tyler no llegó a incomodarme. Estaba seguro que estábamos en la pista correcta, pero no lo podía probar. Tomé uno de los conejos y lo examiné. Eran de pésima calidad, con una expresión diabólica, el peluche sintético mál peinado, y por ojos cuentas de color rubí pegadas de forma tal que el animal parecía sufrir un estrabismo atroz.

    —Qué hará ahora Marlain, ¿interrogar al conejo?- dijo Tyler, y se permitió otro suculento trago de su petaca plateada.
    —Descuide Tyler, lo dejaré en paz. Llevaré uno de éstos a mi pequeña sobrina.
    —Si la obliga a elegir entre ese muñecote o un adoquín manchado de alquitrán ella elegirá el adoquín. Además, usted no tiene sobrinos.
    —Cierre el cajón, Gordon.

Viajamos en silencio, excepto por los aburridos chistes de Tyler, que en un momento entabló un diálogo erótico con el conejo de peluche, un compendio de vulgaridades que seguramente exclama con frecuencia ante las chicas que trabajan en el Strip.

Al llegar a casa esa tarde me crucé en la vereda con la Sra. Stiglewicz, que sólo atinó a decirme “qué bonito conejo Sr. Marlain”. Coloqué el muñeco en la repisa sobre el tocadiscos, me serví un scotch y me senté frente a él. El conejo me miraba a mí con sus ojos desorbitados. Yo miraba al conejo, y llegué a maldecirlo un par de veces. Permanecí en la misma posición durante al menos una hora, mirando fijo a los ojos del maldito conejo, hasta que entendí lo que estaba ocurriendo.

Me incorporé bruscamente, tomé al animal del cogote y con todas mis fuerzas lo estrangulé hasta arrancarle la cabeza, que rebotó en la alfombra y se perdió debajo de la mesa. Del cuerpo decapitado asomaba ahora un paquete de plástico, sellado con cinta. Tomé la navaja retráctil que suelo llevar escondida bajo el pantalón en mi pierna izquierda y realicé un corte lateral con precisión de cirujano. Del paquete comenzó a salir a borbotontes un polvo blanco y brillante. Mojé mi dedo índice con saliva, lo hundí en el polvo y me lo llevé a la boca. Bingo, Marlain. Eran tóxicos."


Wilmer Delmur, fragmento de La conspiración escarlata, Alianza Editorial, colección Serie Noir, Madrid, 1975. Traducción de Virgilio Hernández Satur. Publicada originalmente como The Bunny Affair, Albert B. Knopf, Nueva York, 1959

jueves, octubre 01, 2009

culos (i)







"Dejó caer la manta y se arrodilló sobre el hogar de arcilla, sosteniéndose la cabeza al fuego. Él se fijó en la hermosa curva caída de sus ancas. Que hoy le fascinaban. ¡Cómo se alomaban con un declive opulento hasta la compacta redondez densa de sus nalgas! ¡Y que entremedias se plegaban en el calor secreto, las embocaduras secretas!
Le acarició el trasero con la mano, siguiendo larga y sutilmente las curvas y la plenitud esférica.
--Tienes un trasero delicioso --dijo con el acariciante dialecto gutural--. Tienes el culo más delicioso que nadie. ¡Es el más delicioso, el culo de mujer más delicioso que existe! Y cada pedacito es de mujer, de mujer palpable como las nueces. ¡No eres de esas muchachas con el culo en botón como los chicos que hay por ahí! Tienes un auténtico trasero de pendiente suave, como el que ama en sus entrañas un hombre. ¡Es un trasero sobre el que podría alzarse el mundo, de verdad!"

David Herbert Lawrence, fragmento de El amante de Lady Chatterley, ed. Bruguera, 1980. Traducción de Leopoldo Lovelace.

martes, julio 14, 2009

no hay deporte que resista
semejante incompetencia










"La belleza del fútbol infantil radica en que para crear un simulacro del juego se requiere muy poca habilidad. No hay otro deporte que resista semejante incompetencia. Con el fútbol, puede haber 22 chiquilines corriendo para cualquier lado, arrancando yuyos del piso o llorando sin razón aparente, y aún así el espectáculo tiene la apariencia general de un partido de verdad. Donde aparezcan tres o cuatro entre esos 22 que sí pueden coordinar sus movimientos, entonces también habrá dribblings, algún pase interesante y un par de instancias en las que la pelota sacuda la red. Más o menos, será fútbol."

Dave Eggers, fragmento de The True Story of American Soccer, artículo publicado en la revista digital Slate y que integra el libro de ensayos The Thinking Fan's Guide to the World Cup (Harper Perennial, 2006). Traducción de Bernardo Hopkings.